lunes, 1 de diciembre de 2008

La Absinta - Absinthe




El hada verde

Por Eduardo Berti

Lettre International, Alemania, noviembre de 2002
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A fines del siglo XVIII, el médico francés Pierre Ordinaire (algo así como "Piedra Cualquiera", en castellano) se exilió por razones políticas en la ciudad suiza de Couvet, en el cantón de Neufchatel, y allí se puso a ejercer sus dos oficios: el de sanar enfermos y el de fabricar pócimas curativas. Fue a poco de instalado en Suiza cuando Ordinaire comenzó a recetar a sus parroquianos una panacea llamada "elixir de absinthe", hecha a partir de una hierba conocida como ajenjo y cuyos nombres científicos --según variantes-- son artemisia absinthum, artemisia mitelline o artemisia pontica.
Cuenta la leyenda que, a su muerte, el doctor Ordinaire legó la misteriosa receta a su gobernanta y que ésta enseguida la vendió a dos señoritas de apellido Henriod, quienes se pusieron a explotarla comercialmente, cultivando lo necesario en sus propios huertos y destilando el elixir en su cocina, con la ayuda de un pequeño alambique. En las pocas etiquetas que han sobrevivido aún puede leerse: "Extracto de ajenjo, calidad superior, única receta de Mlle. Henriod de Couvet".
En 1797, las hermanas Henriod decidieron vender la receta a un próspero comerciante de apellido Dubied, que montó la primera fábrica de absinthe, asociándose para ello con su hijo Marcelin y con su yerno Henri-Louis Pernod.
Desde tiempos antiguos, el ajenjo (que crece en toda Europa, excepto en el extremo Norte) había sido utilizado con fines medicinales. Un papiro egipcio del 1.600 a.C. lo menciona por sus virtudes tónicas, diuréticas y antisépticas. Hipócrates lo recomendaba contra la ictericia y Galeno contra la malaria. Etimológicamente, "absinthium" quiere decir en griego "carente de dulzor" o "imposible de beber". En francés existe la expresión "avaler l'absinthe" (tragarse el ajenjo) que significa soportar algo desagradable o doloroso con estoicismo. Según parece, los vencedores en los antiguos juegos Olímpicos eran obligados a beber una bebida mezclada con ajenjo para que, al tiempo que saboreaban el éxito, no olvidaran las pasadas amarguras y derrotas. Ya durante la Edad Media eran corrientes ciertos "vinos de ajenjo" hechos con hierba, anís e hisopo y consumidos para aliviar anginas, inflamaciones de párpado y dolores de muela.
La novedad del emprendimiento de Dubied y Pernod fue que su elixir no era vendido por boticarios, sino en las tiendas de licores y bebidas, en caracter de aperitivo digestivo. Tan exitoso resultó el negocio que pronto el yerno se emancipó para fundar su propia destilería, a la que bautizó Pernod Fils; acto seguido, a comienzos del siglo XIX, como una forma de evadir impuestos, resolvió mudar su fábrica a Portarlier, Francia.

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