En su libro Absinthe: History In a Bottle, Barnaby Conrad explica que hacia finales del siglo XIX "el vaso verde sobre la mesa de café simbolizaba anarquía o un rechazo deliberado a las normas y obligaciones de la vida". La bebida era estimada por la bohemia "decadente" no sólo como un afrodisíaco, sino como una fuente de inspiración artística. La lista de famosos bebedores incluía a Edgar Allan Poe, Jack London, el dramaturgo August Strindberg y Oscar Wilde, para quien un vaso de ajenjo era "tan poético como una opuesta de sol".
Químico, músico, inventor, poeta y pintor, Charles Cros (1842-1888) llegó a beber veinte vasos diarios de ajenjo. Esto no le impidió desarrollar el telégrafo automático, el primer fonógrafo (llamado Paréophon) ni una especie de temprano proceso de fotografía color.
Alfred Jarry, autor de Ubú Rey, sólo consumía absinthe puro y a menudo salía a andar en bicicleta con la cara o el cuerpo pintados de verde, en tributo a la fée. "El whisky y la cerveza son para los tontos; el ajenjo tiene el poder de los magos", afirmaba el poeta inglés Ernest Dowson, autor de la oda alcohólica "Absintea Taetra", escrita durante una estancia en París en la que frecuentó a Baudelaire y Mallarmé.
El también poeta Paul Verlaine era ya todo un alcohólico cuando empezó a beber ajenjo. Se asegura que consumía abundantes dosis en compañía de su amigo y amante Arthur Rimbaud. Una foto lo muestra en el legendario café Procope, sentado tras un vaso con la infaltable cuchara. Uno de sus versos dice que "mi gloria es un humilde y efímero Absinthe".
Pero el caso más divulgado tal vez sea el de Vincent Van Gogh, quien al parecer fue iniciado en la materia por su amigo y colega Paul Gauguin. Aún hay quienes adjudican su suicidio o la pérdida de su oreja a los efectos de una intoxicación con el licor. Para la muerte de Van Gogh, en 1890, ya se había desarrollado la palabra "absintheur" para calificar a los adictos a la bebida, y ya se estaba discutiendo la conveniencia o no de su venta libre.
Muchos autores, como el propio Barnaby Conrad, se preguntan si los rumores de prohibición no hicieron más que aumentar el consumo y la atracción que despertaba la aureola maldita de la bebida. Hoy aún se afirma que el ajenjo tenía propiedades alucinógenas. Otros responden que esto no era así (salvo que se bebieran cuarenta vasos) pero que bajo su efecto relajante los sueños se volvían surrealistas u obscenos. "Después del primer vaso, uno ve la cosas cómo le gustaría que fuesen. Después del segundo, una ve cosas que no existen. Finalmente uno acaba viendo las cosas tal como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir", dijo Oscar Wilde sobre su experiencia.
A comienzos del siglo XX, el "hada verde" había pasado a llamarse el "peligro verde" o el "demonio verde", y no sólo en Francia. Una asociación cristiana de los Estados Unidos repartía por entonces un folleto titulado "Ajenjo, la bebida del demonio". "Los bebedores de absinthe mueren todos tuberculosos, locos o paralíticos", postulaba un volante que en 1897 repartía a los transeúntes de París cierta Sociedad Antialcohólica.
Quienes pedían la prohibición del absinthe se ocupaban de esgrimir argumentos científicos, positivistas. En 1859, un tal doctor Motet había concluido que el ajenjo en dosis concentradas provocaba crisis epilépticas. En 1892 otro médico, de apellido Ott, observaría "espamos y temblores" cada vez que inyectaba vía yugular "dos gotas de esencia de ajenjo". Los experimentos, cabe remarcar, no se realizaban con ajenjo sino con "esencia de ajenjo", que no es lo mismo.
Hoy se sabe, a ciencia cierta, que la bebida traía dos ingredientes psicoativos o narcóticos: alcohol etílico y thujone. La thujone es una sustancia que se encuentra naturalmente en las artemisias. Se cree que en las botellas de antiguo ajenjo había hasta 30 mg. de esta sustancia. No obstante, algunos investigadores contemporáneos opinan que el ingrediente más peligroso del ajenjo no era la thujone sino... el alcohol. De hecho, otras bebidas de consumo corriente (vermouths, bitters, Chartreuse) contienen bajas dosis de thujone, y lo mismo se dice de algunos jarabes para la tos.
Se ha vuelto una creencia popular que la historia negra del absinthe arrancó en 1901, cuando un rayo descomunal impactó en la fábrica de Pernod Fils, en Portarlier, y las destilerías --culpa del potente etanol -- estuvieron ardiendo a lo largo de cinco días. La anécdota vale por su simbolismo (en ruso, irónicamente, absinthe se dice "chernobyl") pero la cruzada contra el alcochol, y el ajenjo en particular, había arrancado tiempo atrás y se valía de cualquier medio: desde los primeros films Pathé hasta los denominados "dramas antialcohólicos", de moda en los teatros a partir de 1880.
Según Didier Nourrison, en su libro Le bouveur du XIXème siécle (Albin Michel), los programas de enseñanza escolar de aquellos tiempos incluían "dictados" de obras literarias como La taberna de Zola , juzgada como la precursora de una serie de novelas antialcocohólicas. La obra de Zola había sido publicada en 1876, a modo de folletín, en un diario que era propiedad de un fabricante de chocolates. "Nada hacía imaginar a Zola en el rol de predicador antialcohólico, ya que en los años anteriores incluso se había pronunciado en contra de la ebriedad pública", escribe Nourrison. Para Zola, el alcocholismo era fruto de la miseria y no manifestación de un vicio. Así y todo, temía su crecimiento.
Las virtudes antialcohólicas de La taberna no fueron inmediatamente percibidas, afirma Nourrison, hasta que un grupo de actores de vaudeville montó una versión teatral. Entonces el texto original se volvió más "melodramático", estima Nourrison. "El personaje de Coupeau moría en escena, presa de una crisis de delirium tremens". De esa época data también la novela Absinthe: un drama de París, de la escritora romántica inglesa Marie Corelli.
En su libro, Nourrison revela que a inicios del siglo XX el país europeo con más consumo de alcohol era Francia. Su promedio anual de 22,93 litros estaba lejos de Italia (17,29) y de España (14,02).
"Bebedor de absinthe", cuadro de Edouard Manet, data de 1859; "L'absinthe", de Degas, es de 1876; la "Bebedora de absinthe" de Picasso fue completada en 1901. Entre la primera y la última pintura había ocurrido en París la incorporación masiva de las mujeres a las filas del ajenjo. Nada irritaba tanto a los prohibicionistas como el hecho de que las mujeres se dieran al licor a la par de los hombres, o el hecho de que hubiese muchachas en casi todos los afiches que anunciaban la bebida.
Pero falta señalar un dato nada pequeño. Casi todos los historiadores del ajenjo indican que entre los honestos grupos a favor de la "temperancia" había, infiltrados, productores de vino que deseaban acabar de buena vez con este rival comercial. Un pasaje del libro Absinthe: The Cocaine of the 19th Century, de Doris Lanier, es revelador al respecto. "La mayoría en Francia creía que el vino (...) no contribuía al alcoholismo, que el alcoholismo no había constituido un problema en Francia hasta el advenimiento del alcohol industrial". El vino, en otras palabras, era bienvenido como algo "natural".