martes, 16 de diciembre de 2008

T3s top 10 tech howlers

1. "El iPod nunca despegará", Alan Sugar, en 2005.

2. "No hay necesidad de tener un ordenador en cada casa", Ken Olsen, fundador de Digital Equipment, en 1977.

3. "Las aspiradoras impulsadas por energía nuclear serán una realidad en diez años", Alex Lewyt, presidente del fabricante de aspiradoras Lewyt, en 1955.

4. "La TV no durará porque la gente se cansará rápido de pasar todas las noches mirando una caja de madera", Darryl Zanuck, productor de la 20th Century Fox, en 1946.

5. "Nunca se fabricará un avión más grande que éste", un ingeniero de Boeing, deslumbrado al ver el Boeing 247, con capacidad para10 pasajeros, en 1933.

6. "Estamos en el umbral del correo vía cohete", Arthur Summerfield, director general de Servicio Postal, en 1959.

7. "Nadie va a necesitar más de 640 Kb de memoria en su ordenador personal", Bill Gates, en 1981.

8. "Los americanos necesitan el teléfono. Nosotros no. Nosotros tenemos mensajeros de sobra", Sir William Preece, director del Post Office británico, en 1878.

9. "El spam estará resuelto en dos años", Bill Gates, en 2004.

10. "Se acabará demostrando que los rayos X son un timo", Lord Kelvin, presidente de la Royal Society, en 1883.

Fuente: http://www.t3.com/news/

viernes, 5 de diciembre de 2008

Tilt-shift | Time-lapse


Metal Heart from Keith Loutit on Vimeo.

La técnica del tilt-shift, junto a la del time-lapse juntas con un resultado espectacular.

fuente: http://www.microsiervos.com/

lunes, 1 de diciembre de 2008

La Absinta - Absinthe




El hada verde

Por Eduardo Berti

Lettre International, Alemania, noviembre de 2002
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A fines del siglo XVIII, el médico francés Pierre Ordinaire (algo así como "Piedra Cualquiera", en castellano) se exilió por razones políticas en la ciudad suiza de Couvet, en el cantón de Neufchatel, y allí se puso a ejercer sus dos oficios: el de sanar enfermos y el de fabricar pócimas curativas. Fue a poco de instalado en Suiza cuando Ordinaire comenzó a recetar a sus parroquianos una panacea llamada "elixir de absinthe", hecha a partir de una hierba conocida como ajenjo y cuyos nombres científicos --según variantes-- son artemisia absinthum, artemisia mitelline o artemisia pontica.
Cuenta la leyenda que, a su muerte, el doctor Ordinaire legó la misteriosa receta a su gobernanta y que ésta enseguida la vendió a dos señoritas de apellido Henriod, quienes se pusieron a explotarla comercialmente, cultivando lo necesario en sus propios huertos y destilando el elixir en su cocina, con la ayuda de un pequeño alambique. En las pocas etiquetas que han sobrevivido aún puede leerse: "Extracto de ajenjo, calidad superior, única receta de Mlle. Henriod de Couvet".
En 1797, las hermanas Henriod decidieron vender la receta a un próspero comerciante de apellido Dubied, que montó la primera fábrica de absinthe, asociándose para ello con su hijo Marcelin y con su yerno Henri-Louis Pernod.
Desde tiempos antiguos, el ajenjo (que crece en toda Europa, excepto en el extremo Norte) había sido utilizado con fines medicinales. Un papiro egipcio del 1.600 a.C. lo menciona por sus virtudes tónicas, diuréticas y antisépticas. Hipócrates lo recomendaba contra la ictericia y Galeno contra la malaria. Etimológicamente, "absinthium" quiere decir en griego "carente de dulzor" o "imposible de beber". En francés existe la expresión "avaler l'absinthe" (tragarse el ajenjo) que significa soportar algo desagradable o doloroso con estoicismo. Según parece, los vencedores en los antiguos juegos Olímpicos eran obligados a beber una bebida mezclada con ajenjo para que, al tiempo que saboreaban el éxito, no olvidaran las pasadas amarguras y derrotas. Ya durante la Edad Media eran corrientes ciertos "vinos de ajenjo" hechos con hierba, anís e hisopo y consumidos para aliviar anginas, inflamaciones de párpado y dolores de muela.
La novedad del emprendimiento de Dubied y Pernod fue que su elixir no era vendido por boticarios, sino en las tiendas de licores y bebidas, en caracter de aperitivo digestivo. Tan exitoso resultó el negocio que pronto el yerno se emancipó para fundar su propia destilería, a la que bautizó Pernod Fils; acto seguido, a comienzos del siglo XIX, como una forma de evadir impuestos, resolvió mudar su fábrica a Portarlier, Francia.

El rito


Los pocos pero fervorosos historiadores del ajenjo afirman, de modo coincidente, que las guerras del siglo XIX contribuyeron a la difusión de la bebida. Unos cuentan que el absinthe corría entre los soldados que pelearon la guerra franco-prusiana en 1870/71. Otros, como Jean Claude Bologne en su "Histoire morale et culturelle de nos boissons" (Historia moral y cultural de nuestras bebidas, edit. Robert Laffont), sostienen que las tropas francesas que participaron en la guerra contra Argelia (1844-1847) recibieron ajenjo como prevención contra la malaria. Dado que la bebida tenía una graduación alcohólica muy alta (entre 50° y 70°), muchos se volvieron adictos.
A su regreso en Francia, los combatientes de una y otra guerra siguieron bebiendo ajenjo. Pronto los cafés de los grandes bulevares de París empezaron a servirlo y la burguesía, que admiraba a los soldados, decidió también probarlo.
El apogeo del ajenjo tuvo sede en la capital francesa, entre 1880 y 1914. Las estadísticas arrojan que en 1910 se bebían en Francia unos 36 millones de litros de absinthe por año, frente a los 700 mil de 1874; que, de los miles de licores disponibles, el consumo de absinthe abarcaba el 90%, y que por entonces existían en París unos 360 mil cafés y cabarets. Hay quienes creen que el boom de los cafés se debió a la mala condición de las viviendas; la gente prefería salir y, de paso, socializar. Las cinco de la tarde pasó a ser "la hora del hada verde" o "la fée verte", tal el apodo que se le daba al ajenjo.
Aunque el Pernod (que, además de artemisia, presumiblemente contenía hinojo, enebro y nuez moscada) es considerado por todos como el parámetro en materia de absinthe, de la misma forma que la Coca Cola lo es en materia de bebibas cola, pronto empezaron a salir nuevas marcas, como el Absinthe Robette o el parecido Pernot. Se calcula que hacia fines del siglo XIX había unos 200 fabricantes de ajenjo. Muchos afiches Art Nouveau de la época dan cuenta de la competencia; en el de Absinthe Parisienne, por ejemplo, una bruja le dice a una muchacha vestida de verde: "Bebe y después verás...". Sarah Bernhardt hizo publicidad para el Absinthe Terminus y un presidente de la República, Carnot, prestó su imagen y su nombre para otra marca. Hasta hubo el caso de cierto ingenioso bodeguero que lanzó el ajenjo marca "Le Même" ("El mismo"), con el propósito de aprovechar los equívocos. "Garçon, otro ajenjo", gritaba el cliente. "¿El mismo?", preguntaba el mozo y a menudo acababa sirviendo un vaso de "Le Même".
Es posible que el rito que requería el absinthe a la hora de ser servido aumentase su popularidad. El rito era el siguiente: a) se servía en un vaso una medida; b) se colocaba sobre el vaso una cuchara perforada, una especie de colador barroco; c) se ponía un terrón de azúcar en la cuchara; d) lentamente se vertía agua helada a través del colador azucarado, en una proporción de 4 ó 5 medidas de agua por una de ajenjo. Claro que había diferentes costumbres: algunos preferían beberlo puro, otros lo mezclaban con vino helado en vez de agua o fabricaban cóctels agregando limonada, naranjada o pimienta. El famoso Toulouse-Lautrec decía haber inventado una mezcla de ajenjo y coñac llamada "Terremoto".
Lo cierto es que el líquido, de un color verde intenso, se modificaba con el agua, volviéndose opalino, teñido a veces de reflejos amarillos. En un artículo recientemente publicado en Los Angeles Times ("Un fruto olvidado y prohibido", de Charles Perry), el método de preparación es visto como un antecedente a los rituales de los junkies y el color verde de la bebida como un antecedente a los mandalas psicodélicos en los años sesenta, ya que "ambos significaban éctasis". Lógicamente, un argot fue acuñándose en torno a esta ceremonia, casi al filo de la alquimia: "opaline" pasó a ser un alias del ajenjo, y la palabra "louche" se aplicó para describir el momento en que el licor cambiaba de aspecto. Se creía que un absinthe era mejor cuanto más pronunciado fuese el louche.
Los bebedores empedernidos se pusieron a coleccionar cucharas de metal. No tardaron en salir modelos más y más rebuscados, por ejemplo uno con forma de Torre Eiffel. Algunos bares llegaron a tener fuentes de agua helada, entre ellos la Old Absinthe House que aún puede visitarse en la calle Bourbon, en Nueva Orleans, y que testimonia el fugaz esplendor del ajenjo en los Estados Unidos.
Pero hay, más allá del ritual, otra explicación para el aumento del consumo de absinthe registrado en plena Belle Epoque. Alrededor de 1875, una plaga redujo enormemente la producción de los viñedos de Francia. Al ver cuánto aumentaba, en consecuencia, el precio del alcohol de vino con que fabricaban su licor, los productores de ajenjo decidieron en masa empezar a utilizar alcohol de grano o industrial. La calidad se abarató menos que el precio. Los ventas del absinthe treparon a tal punto que pusieron en jaque el sempiterno liderazgo del vino, bebida nacional por excelencia entre los franceses.

La prohibición


La excéntrica conducta de los "artistas absintheurs" no bastó para empujar la prohibición. Fueron un par de hechos policiales los que determinaron la caída del licor. El primero de ellos --y el más ruidoso-- ocurrió nada menos que en Suiza, país natal de la bebida, en agosto de 1905, cuando un hombre llamado Jean Lanfray, un granjero de 31 años, fue acusado de matar a su mujer y su hijo bajo los efectos del ajenjo. La policía, que había hallado en casa de Lanfray rastros de numerosas bebidas alcohólicas, pronto supo que el asesino solía beber cinco litros de vino por día, además de dos vasos de absinthe. La prensa se ocupó de destacar más esto último, para hablar del "crimen del ajenjo".
Ya se habían recolectado en Suiza unas 80 mil firmas exigiendo la prohibición del licor cuando un bebedor compulsivo de absinthe, de apellido Sallaz, mató a su esposa, en la ciudad de Ginebra. El hecho impulsó otro petitorio, que juntó unas 35 mil firmas más.
El ajenjo fue oficialmente prohibido en Suiza en 1907. La medida fue imitada en otros países, como Italia. Los Estados Unidos prohibieron el licor en 1912, lo mismo que Holanda y Bélgica. Pero en Francia siguió siendo legal porque (como especula Marie-Claude Delahaye en su Histoire de la Fée verte) había poderosos intereses políticos: la bebida aportaba "45 millones de francos-oro en conceptos de impuestos diversos".
"El anticoholismo practicaba una pedagogia del miedo", afirma Didier Nourrison. "Absintismo y alcocholismo fueron deliberadamente confundidos", escribe Delahaye, "de tal forma que un alcochólico era simplemente denominado 'un bebedor de ajenjo' ". En el año1900, la Academia de Medicina condenaría todas las bebidas hechas a partir de esencias vegetales, sobre todo el absinthe. Pero la cosa no pasaba de declaraciones públicas, mientras que la derecha pedía a gritos una ley en su contra.
Cuando estalló la Gran guerra del '14, los ideólogos de la cruzada anti-ajenjo encontraron el argumento que faltaba: el absinthe debilitaba a las tropas, "erosionando la defensa nacional"; el absinthe era "antipatriótico". Hubo quienes llegaron a decir que el licor era parte de una confabulación judía para destruir a Francia. Por las dudas, una pequeña destilería puso en su etiqueta la leyenda "Absinthe anti-judío".
Aunque los debates comenzaron en agosto de 1914, la prohibición recién fue sancionada en marzo del año siguiente, al mismo tiempo que las tropas alemanas atacaban Argonne. Los encargados de fabricar la bebida guardaron un extraño silencio; pronto trascendería el rumor, no confirmado, de que recibieron una indemnización estimada en 35 millones de francos. Las únicas quejas provinieron de los dueños de los bares y bistrós. "¡Viva el ajenjo!", titulaba el diario marsellés La Victoire, en febrero de 1916, al anunciar la ira de los taberneros locales. En 1917, los partidarios de la moderación publicaron una solicitada en la que se decía que "la victoria sobre Alemania debe ir acompañada de la victoria contra el alcohol".
Para 1920, la máxima graduación alocohólica tolerada en Francia era de 3O°. Fue recién en 1922 que un decreto autorizó la fabricación de aperitivos anisados con una graduación de hasta 40°. Así fueron naciendo los muchos sucedáneos del ajenjo: anís del oso, berger, tomysette, etcétera. Según Jean-Claude Bologne, la idea de crear un sustituto se remonta a 1911, cuando "en medio de las discusiones previas a la prohibición, el químico Louis Pillet le propuso al senado la fabricación de un absinthe sin ajenjo, una anisette bastante más liviano". Visión de futuro no le faltaba a Pillet. Hacia 1925 se vendían en toda Francia unos 200 mil hectolitros de bebidas anisadas.
La tolerancia fue elevada hasta 45° a partir de 1938. Esto permitió a la firma Ricard el lanzamiento del "pastís marsellés". Pero de todos los sucedáneos del absinthe, ninguno gozó de tanta fama como el Pernod, tal vez porque su nombre está ligado íntimamente al licor que hasta el presente sigue prohibido por las leyes francesas. ¿Qué tienen en común el pastís o el Pernod con el histórico ajenjo? Poco y nada, afirman los entendidos. Apenas el color o el gusto amargo, según el caso. Dicho de otra manera, la filiación es más bien sentimental.

Loca bohemia


En su libro Absinthe: History In a Bottle, Barnaby Conrad explica que hacia finales del siglo XIX "el vaso verde sobre la mesa de café simbolizaba anarquía o un rechazo deliberado a las normas y obligaciones de la vida". La bebida era estimada por la bohemia "decadente" no sólo como un afrodisíaco, sino como una fuente de inspiración artística. La lista de famosos bebedores incluía a Edgar Allan Poe, Jack London, el dramaturgo August Strindberg y Oscar Wilde, para quien un vaso de ajenjo era "tan poético como una opuesta de sol".
Químico, músico, inventor, poeta y pintor, Charles Cros (1842-1888) llegó a beber veinte vasos diarios de ajenjo. Esto no le impidió desarrollar el telégrafo automático, el primer fonógrafo (llamado Paréophon) ni una especie de temprano proceso de fotografía color.
Alfred Jarry, autor de Ubú Rey, sólo consumía absinthe puro y a menudo salía a andar en bicicleta con la cara o el cuerpo pintados de verde, en tributo a la fée. "El whisky y la cerveza son para los tontos; el ajenjo tiene el poder de los magos", afirmaba el poeta inglés Ernest Dowson, autor de la oda alcohólica "Absintea Taetra", escrita durante una estancia en París en la que frecuentó a Baudelaire y Mallarmé.
El también poeta Paul Verlaine era ya todo un alcohólico cuando empezó a beber ajenjo. Se asegura que consumía abundantes dosis en compañía de su amigo y amante Arthur Rimbaud. Una foto lo muestra en el legendario café Procope, sentado tras un vaso con la infaltable cuchara. Uno de sus versos dice que "mi gloria es un humilde y efímero Absinthe".
Pero el caso más divulgado tal vez sea el de Vincent Van Gogh, quien al parecer fue iniciado en la materia por su amigo y colega Paul Gauguin. Aún hay quienes adjudican su suicidio o la pérdida de su oreja a los efectos de una intoxicación con el licor. Para la muerte de Van Gogh, en 1890, ya se había desarrollado la palabra "absintheur" para calificar a los adictos a la bebida, y ya se estaba discutiendo la conveniencia o no de su venta libre.
Muchos autores, como el propio Barnaby Conrad, se preguntan si los rumores de prohibición no hicieron más que aumentar el consumo y la atracción que despertaba la aureola maldita de la bebida. Hoy aún se afirma que el ajenjo tenía propiedades alucinógenas. Otros responden que esto no era así (salvo que se bebieran cuarenta vasos) pero que bajo su efecto relajante los sueños se volvían surrealistas u obscenos. "Después del primer vaso, uno ve la cosas cómo le gustaría que fuesen. Después del segundo, una ve cosas que no existen. Finalmente uno acaba viendo las cosas tal como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir", dijo Oscar Wilde sobre su experiencia.
A comienzos del siglo XX, el "hada verde" había pasado a llamarse el "peligro verde" o el "demonio verde", y no sólo en Francia. Una asociación cristiana de los Estados Unidos repartía por entonces un folleto titulado "Ajenjo, la bebida del demonio". "Los bebedores de absinthe mueren todos tuberculosos, locos o paralíticos", postulaba un volante que en 1897 repartía a los transeúntes de París cierta Sociedad Antialcohólica.
Quienes pedían la prohibición del absinthe se ocupaban de esgrimir argumentos científicos, positivistas. En 1859, un tal doctor Motet había concluido que el ajenjo en dosis concentradas provocaba crisis epilépticas. En 1892 otro médico, de apellido Ott, observaría "espamos y temblores" cada vez que inyectaba vía yugular "dos gotas de esencia de ajenjo". Los experimentos, cabe remarcar, no se realizaban con ajenjo sino con "esencia de ajenjo", que no es lo mismo.
Hoy se sabe, a ciencia cierta, que la bebida traía dos ingredientes psicoativos o narcóticos: alcohol etílico y thujone. La thujone es una sustancia que se encuentra naturalmente en las artemisias. Se cree que en las botellas de antiguo ajenjo había hasta 30 mg. de esta sustancia. No obstante, algunos investigadores contemporáneos opinan que el ingrediente más peligroso del ajenjo no era la thujone sino... el alcohol. De hecho, otras bebidas de consumo corriente (vermouths, bitters, Chartreuse) contienen bajas dosis de thujone, y lo mismo se dice de algunos jarabes para la tos.
Se ha vuelto una creencia popular que la historia negra del absinthe arrancó en 1901, cuando un rayo descomunal impactó en la fábrica de Pernod Fils, en Portarlier, y las destilerías --culpa del potente etanol -- estuvieron ardiendo a lo largo de cinco días. La anécdota vale por su simbolismo (en ruso, irónicamente, absinthe se dice "chernobyl") pero la cruzada contra el alcochol, y el ajenjo en particular, había arrancado tiempo atrás y se valía de cualquier medio: desde los primeros films Pathé hasta los denominados "dramas antialcohólicos", de moda en los teatros a partir de 1880.
Según Didier Nourrison, en su libro Le bouveur du XIXème siécle (Albin Michel), los programas de enseñanza escolar de aquellos tiempos incluían "dictados" de obras literarias como La taberna de Zola , juzgada como la precursora de una serie de novelas antialcocohólicas. La obra de Zola había sido publicada en 1876, a modo de folletín, en un diario que era propiedad de un fabricante de chocolates. "Nada hacía imaginar a Zola en el rol de predicador antialcohólico, ya que en los años anteriores incluso se había pronunciado en contra de la ebriedad pública", escribe Nourrison. Para Zola, el alcocholismo era fruto de la miseria y no manifestación de un vicio. Así y todo, temía su crecimiento.
Las virtudes antialcohólicas de La taberna no fueron inmediatamente percibidas, afirma Nourrison, hasta que un grupo de actores de vaudeville montó una versión teatral. Entonces el texto original se volvió más "melodramático", estima Nourrison. "El personaje de Coupeau moría en escena, presa de una crisis de delirium tremens". De esa época data también la novela Absinthe: un drama de París, de la escritora romántica inglesa Marie Corelli.
En su libro, Nourrison revela que a inicios del siglo XX el país europeo con más consumo de alcohol era Francia. Su promedio anual de 22,93 litros estaba lejos de Italia (17,29) y de España (14,02).
"Bebedor de absinthe", cuadro de Edouard Manet, data de 1859; "L'absinthe", de Degas, es de 1876; la "Bebedora de absinthe" de Picasso fue completada en 1901. Entre la primera y la última pintura había ocurrido en París la incorporación masiva de las mujeres a las filas del ajenjo. Nada irritaba tanto a los prohibicionistas como el hecho de que las mujeres se dieran al licor a la par de los hombres, o el hecho de que hubiese muchachas en casi todos los afiches que anunciaban la bebida.
Pero falta señalar un dato nada pequeño. Casi todos los historiadores del ajenjo indican que entre los honestos grupos a favor de la "temperancia" había, infiltrados, productores de vino que deseaban acabar de buena vez con este rival comercial. Un pasaje del libro Absinthe: The Cocaine of the 19th Century, de Doris Lanier, es revelador al respecto. "La mayoría en Francia creía que el vino (...) no contribuía al alcoholismo, que el alcoholismo no había constituido un problema en Francia hasta el advenimiento del alcohol industrial". El vino, en otras palabras, era bienvenido como algo "natural".

Copa de ajenjo


Hasta el tango supo ocuparse del ajenjo y de sus muchos sucedáneos. El ejemplo más obvio tal vez sea "Copa de ajenjo" (Juan Canaro-Carlos Pesce), que grabaran Azucena Maizani y Angel Vargas: "Y en esta copa de ajenjo/ en vano pretendo/ mi pena olvidar".
La bebida también era conocida como suissé. Así la nombra Nicolás Olivari en El almacén: "Era un pretexto soslayado para empinarse copa tras copa de venenoso suissé". Y está el tango "El pescante" (Piana-Manzi), registrado por Canaro, Demare y Alberto Castillo: "En mis aventuras/ viví una locura/ de amor y suissé".
Una lista más o menos completa de los tangos que hacen referencia al pernod no debería dejar de mencionar que en "Seguí mi consejo" (Merico-Tronge), grabado por Gardel en 1929, se oye "antes de morfar, rociate/ con unos cuantos pernod"; que "Maula" (Soliño), éxito de Rosita Quiroga en los años veinte, retrata a "la barra del boliche/ borracha de pernod"; o que "Se llamaba Eduardo Arolas" (D'Agostino-Cadícamo), grabado en 1953 por la orquesta de Angel D'Agostino, dice que "el veneno verde del pernod/ fue tu amigo de bohemia".
Todavía se debate si la muerte prematura del bandoneonista y compositor Eduardo Arolas, a los 31 años en París, fue precipitada por el consumo de ajenjo. Para algunos estudiosos, como José Gobello, esto es altamente probable. Tanto Arolas como Gardel y Cadícamo llegaron a formar parte de la bohemia de Montmartre, de allí que el pernod esté ligado a su historia y sus canciones.
Pero también es lícito pensar que otros hombres vinculados al tango hayan llegado a enterarse del ajenjo por intermedio de Rubén Darío o Manuel Machado, autor este último de "El alma de ajenjo", o incluso por haber leído al poeta colombiano Julio Flórez.

El regreso



"El absinthe volverá a conseguirse en Gran Bretaña después de una ausencia de ochenta años", decía el diario inglés The Guardian en 1998. "Una compañía británica acaba de suscribir un contrato de importación con una destilería checa después de descubrir que la bebida nunca fue formalmente prohibida en el país". Un artículo publicado casi al mismo tiempo por el Daily Telegraph confirmaba la noticia y manifestaba sorpresa: "No está prohibido y no tenemos la menor prueba de que alguna vez lo haya estado".
Desde hace dos años, diversos medios vienen anunciando el "renacimiento" del ajenjo, y no sólo en el Reino Unido. Un reciente número de la revista Newsweek habla del retorno de la bebida verde y cita el caso de un café de Seattle, decorado con viejas botellas (vacías) de absinthe.
La empresa encargada de importar y vender ajenjo en Gran Bretaña se llama Green Bohemia y fue fundada, entre otros, por un ex integrante del grupo de rock Jesus & Mary Chain. La destilería checa con la que trabaja Green Bohemia es una empresa familiar, a cuya cabeza está el octogenario Radomil Hill, cuyo padre empezó a producir ajenjo en los años veinte, en el pueblo de Jindrvuc Hradec, en la región de Bohemia. Ajeno a los vaivenes políticos (el régimen comunista prohibía el ajenjo y la República Checa volvió a legalizarlo), Hill nunca dejó de fabricar la bebida.
En realidad, el absinthe sigue siendo tolerado en países como Andorra, Portugal e incluso España. Uno de los últimos "artistas absintheurs", Ernest Hemingway, se hizo devoto del ajenjo español, a tal punto que el licor aparece mencionado en "Por quién doblan las campanas".
Es posible conseguir ajenjos de esos países por Internet, desde el Absenta Túnel español (70°) al Neto Costa portugués (57°); los precios van de 10 a 60 U$ e incluyen el envío a domicilio de la botella. "Aunque las leyes varían de país a país, no sabemos de nadie que haya sido castigado por haber hechos ingresar una o dos botellas del licor en países donde sigue prohibido", dicen los miembros de Green Bohemia. No obstante advierten que "en los Estados Unidos el límite suele ser de una botella por persona, según la ley de cada estado".
Según las actuales leyes suizas "no es ilegal beber absinthe, sino destilarlo, venderlo o transportarlo", dice Barnaby Conrad en su libro. Casi lo contrario ocurre en Francia. "Si bien está penalizado el consumo, nadie puede impedir la manufactura del licor, si es con el fin de exportarlo", explica Marie-Claude Delayahe, docente de biología molecular en la Universidad Piere et Marie Curie de París, y autora de cuatro libros sobre el ajenjo y otro sobre el pastís.
Delahaye también cree que el absinthe está volviendo. Un joven y talentoso novelista francés, Christophe Bataille, dio a conocer hace unos cinco años una novela titulada Absinthe, en la que se habla de una destilería hogareña, casi clandestina. La propia Delehaye edita, desde 1991, una revista trimestral dedicada a la féé verte; y en 1984 inauguró el Museo del Absinthe en el pueblo de Auvers-sur-Oise, el mismo adonde están enterrados Vincent Van Gogh y su hermano Teo.
Los defensores del absinthe parecen no atraverse a confesar que, en muchos casos, su hondo anhelo es la legalización de la fée verte. Saben que la empresa es muy difícil. Pero algunos han oído decir que, a fines de los ochenta, un grupo de políticos franceses llegó a hacer un tibio lobby para derogar la prohibición. Y otros saben de memoria lo que el polémico Aleister Crowley había escrito en The Green Godess, su libro sobre el ajenjo: "El prohibicionista debe de ser una persona sin un caracter moral, ya que no puede concebir a un hombre capaz de resistir las tentaciones".